HomeAgenda ApostólicaEl Apóstol Naasón Joaquín asiste al servicio funeral del hermano P.E. Lee Minemann: en ese recinto, honra su memoria y dirige un mensaje Agenda Apostólica El Apóstol Naasón Joaquín asiste al servicio funeral del hermano P.E. Lee Minemann: en ese recinto, honra su memoria y dirige un mensaje (Coordinación de Crónica Apostólica) — El martes 28 de noviembre, el Apóstol de Jesucristo, Naasón Joaquín García, acompañado de su esposa, la hermana Alma Zamora, asistió al recinto donde tuvo lugar la ceremonia de honra al cuerpo del hermano P.E. Rodney Lee Minemann, quien durmió en los brazos del Señor el pasado 17 de noviembre, en California. El reloj marcaba las 6:25 de la tarde cuando el Apóstol de Jesucristo ingresó por el pasillo del recinto funerario, ubicado en 3888 Workman Mill Rd, en Whittier, California. En ese momento, el hermano P.E. Alfredo Pinto presidía la consagración —antes, el hermano P.E. Osmin Elías lo había precedido—. La presencia del Apóstol de Dios en esta ceremonia de honra, a quien fuera uno de sus pastores y amigos, inundó de consuelo, fortaleza, confianza y seguridad no solo a la familia Minemann —quien ha sido acompañada en todo momento por el padre en la fe—, sino también a los hermanos que, procedentes de los estados de California (EE. UU) y Baja California Norte (México), acudieron al solemne acto y escucharon atentos el consejo apostólico. Enseguida, sin dilación, el Siervo de Dios hizo uso de la palabra: además de traer confortación y virtud a la grey, recordó una de las enseñanzas apostólicas que deben estar arraigadas con firmeza en el corazón de los hijos de Dios: la esperanza celestial. Es Dios quien marca el tiempo de vida cada ser humano Luego de saludar a sus hijos espirituales, expresó: «Vengo con un dolor, porque Dios, en su hermosa voluntad, me ha quitado a un hombre que ha sido de grande ayuda en mi ministerio; me tocó conocerlo como un compañero en el servicio del Señor y fui testigo también de un fiel guerrero y colaborador del Apóstol Samuel Joaquín». En este tenor, abundó: «Digo que me da dolor, porque estamos en un tiempo de expansión de la Iglesia; necesito las manos, la vida y el trabajo de cada uno de esos hermanos que han entregado incondicionalmente su vida al servicio de la Iglesia del Señor. Pero luego viene a mí el siguiente pensamiento: ‘¿Y por qué el Señor se lo llevó? ¿Por qué no lo dejó un poco más de tiempo, si Él sabía que el hermano aún podía ser de grande ayuda en mi ministerio? ¡Porque así fue la voluntad de Dios!». En otro momento, con el propósito de recordar una enseñanza, refirió: «No quiero que ignoren la fe y la esperanza que habita en cada uno de nosotros, porque el hermano Lee Minemann durmió en los brazos del Señor… El tiempo de nuestra vida Dios lo marca, y Dios marcó el momento en el que el hermano dejó de existir. Podrá decir alguno: ¿por qué se adelantó si todavía podía haber vivido un poco más? ¡Porque ya no tenía nada que pagar en esta tierra! ¿Qué quiero decir con lo anterior? Que cada uno de nosotros estamos sujetos a esta carne, y no descansaremos hasta que paguemos una ‘cuota’ con Dios. Esta cuota, que por alguna razón —sea por una conducta no buena u otra falta—, tenemos que purificarla, sujetándola a la Palabra de Dios. «Cuando el hermano y la hermana ha logrado purificar su alma —y aún su carne— ha quedado esa deuda saldada, y ya no hay más porque vivir —en la tierra—, porque para nosotros existe una ciudadanía más hermosa, y es lo que quiero que cada uno de vosotros hoy lo entendáis» (v. Filipenses 3:20). Para robustecer lo anterior, puso el ejemplo de quienes emigran a los Estados Unidos desde sus países de origen, con el propósito de mejorar su calidad de vida y tener mejores oportunidades. Cuando el extranjero acude a su cita en inmigración para que le otorguen su ciudadanía o residencia legal, a pesar de llevar en el pensamiento el país que dejó, en ese momento no sintió dolor por alejarse de su patria; al contrario, experimentó singular alegría por la ciudadanía recién adquirida. «Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia»: divisa apostólica En el ejemplo precedente, el Apóstol de Jesucristo afirmó enfático que mayor que cualquier ciudadanía terrenal, es la patria celestial, la cual no tiene comparativo. En este sentido, agregó: «También nosotros estamos esperando una ‘visa espiritual’; esto acontecerá en el momento en que Dios nos diga: ‘Son aceptados’. ¿Estoy diciendo que buscamos la muerte? No, de ninguna manera; pero si aprovecho este momento para recordarles esta hermosa enseñanza: ‘Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia’ (Filipenses 1:21). «Porque los hijos de Dios, al llegar el momento en que dejemos de existir en el cuerpo —luego de luchar continuamente por sujetar la carne a la voluntad de Cristo—, cuando logramos vencer hasta el último día de nuestra vida la concupiscencia de nuestra carne, viene entonces una mejor vida para nosotros: significa realmente el comienzo de nuestra vida espiritual… Y el morir es una hermosa ganancia». La fe viva y la esperanza celestial: virtudes esenciales que identifican a los hijos de Dios Enseguida, trajo a la memoria el siguiente pasaje apostólico: «Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza» (1a. Tesalonicenses 4:13). Recordó las expresiones de quienes, ante la pérdida de un familiar o ser querido, experimentan una honda desesperación y desconsuelo, por carecer de la virtud celestial de la fe. Los deudos dicen, con amargura, llanto y desasosiego, que no volverán a ver al ser finado. En contraste, para quienes perseveran en la Iglesia del Señor y son fieles, la promesa de que algún día volveremos a vernos es real. «En el reino de los cielos nos volveremos a reunir, pero no será por un tiempo corto sino por toda la eternidad», asentó categórico. En este sentido, agregó: «En el pensamiento humano, alguno hermano dirá: ‘Yo no me quiero morir’. Yo tampoco, porque esta carne, al ser tomada del polvo, no alcanza a comprender ni a entender el propósito divino… se aferra a querer vivir en esta patria humana. Pero nosotros vivimos en la fe viva, que quiere decir el conocimiento de Dios, porque ‘es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve’ (Hebreos 11:1). «¿Estás convencido? —la iglesia presente responde afirmativamente con estentóreo amén— . ¿Te lo dice tu carne? ¡No! —secunda la grey—. La carne se aferra a lo terrenal, pero nuestra alma nos dice: ‘Lo que Dios quiera…’. ‘Señor: si me quieres tener con vida aquí en la tierra, seguiré luchando —en la tierra la lucha contra las concupiscencias de la carne es continua. Aquí seguiremos pagando la ‘cuota’ con Dios—, pero si tú quieres llevarme, hágase tu voluntad’. En el reino de los cielos no hay lucha ni batalla ni enfermedad ni sacrificio: allá todo es paz y gozo eternales». El alma asimila la sabiduría de Dios: le permite entender a nuestra carne que la muerte es solo momento de tristeza; el Señor lo convertirá en un momento de felicidad eterna En su sentido mensaje, el Embajador de Cristo reanudó su mensaje al pletórico auditorio: «El Señor me quitó un elemento que estaba siendo muy útil en mi ministerio, como cada uno de los hermanos que están a mi lado y que también me han ayudado. Por lo anterior, yo le digo en mi oración al Señor: ‘Alárgales la vida, porque conforme a tus promesas —que vemos que se están cumpliendo cada vez más— necesito de cada uno de ellos: de su experiencia, capacidad, fe, amor y reconocimiento a la Obra de Dios, para seguir conduciendo a tu Pueblo’. Pero luego recuerdo las palabras del Señor Jesucristo, y en mi misma oración le digo: ‘Mas no se haga como yo quiero sino según tu voluntad’… Hoy, su voluntad fue darle el triunfo nuestro hermano Lee. «Esta partida, ¿nos pesa?, en ninguna manera; al contrario, estamos aquí para celebrar un triunfo. A diferencia de quienes no albergan esta preciosa fe, su familia y sus hermanos en Cristo le decimos: ‘No te has ido, sólo te has adelantado un poco, porque yo sé que su familia está segura y que algún día volverán a reencontrarse con él, como yo también algún día me reencontraré con mi padre, para siempre. Es cierto, venimos con un dolor humano, y es natural. Sin embargo, yo les digo a sus familiares —a su compañera e hijos— que esta carne no entiende las cosas celestiales. Si duele, y es comprensible. No nos escandalizamos de que esta carne sienta ese dolor, pero nuestra alma no le permite desesperarse. Es ella, nuestra alma, la cual trae la sabiduría de Dios y le permite a esta carne entender que la muerte es solamente es un momento de tristeza, y que este momento algún día Dios lo va a convertir en un momento eterno, de felicidad y gozo sin par. «Yo quería venir y recordar esta esperanza… decirles que esta es nuestra fe. Quien dice: ‘No quiero seguir en el camino del Señor’, llora, se revuelca en el piso, quiere lanzarse a la tumba del fallecido… Tiene razón: no lo volverá a ver jamás. Sin embargo, para el que alberga nuestra fe, el hermano Lee solamente se ha adelantado al lugar adonde cada uno de nosotros un llegaremos un día, y tenemos la esperanza que estaremos con ellos». Los himnos de «dormir», reflejan la «esperanza» que alberga el cristiano En otro momento, recordó que algunos de los himnos comúnmente conocidos bajo la categoría de “duermen en el Señor”, en realidad abarcan más que esta palabra, y agregó: «Yo les llamaría ‘alabanzas de esperanza’, porque lo que nos recuerda cada uno de estos cantos». Trajo a la memoria que su padre, el Apóstol Samuel Joaquín, a menudo refería que al contemplar la Calzada que lleva su nombre —en la colonia Hermosa Provincia, en Guadalajara—, visualizaba, a través de la fe, una calzada más hermosa, incomparable, celestial. En ella se veía a los santos que durmieron en el Señor, a los ángeles y enfrente de ellos el Señor, esperándonos para darnos la bienvenida. «Y algún día espero también pasar por esa hermosa Calzada, donde todos darán voces por el triunfo que logré en esta tierra». «Así es cada vez que un hermano duerme en el Señor: deja de existir aquí en la tierra, pero en el cielo se empieza a oír su nombre. Y Jesucristo dice: `He aquí mi siervo ya viene, otro de mis hijos amados en quien tuve contentamiento’». En este tenor, parafraseó un fragmento del himno n. 378, «No hay tristeza en el cielo», que en una de sus estrofas se lee: “No hay tristeza en el cielo ni llanto, ni amargo dolor; no hay corazón angustiado, do reina el Dios de amor. por eso decimos que no hay tristeza en el cielo. Ni llanto ni amargo dolor. Las nubes de nuestro horizonte, jamás aparecen allá…”. Ante esta realidad espiritual, añadió: «Los santos que se encuentran en ese lugar no están lamentando su partida de esta tierra. Allá son recibidos en aquella calzada». «¿Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» Antes de cantar el citado himno, el Apóstol del Señor hizo mención del ejemplo de trabajo, sencillez y limpieza en su servicio a Dios y la Elección, que dejó el hermano Lee Minemann en su trayectoria de 38 años de militancia en la Iglesia, en cuyas últimas responsabilidades asignadas, se encontraban, entre otras, el ser ministro de la Iglesia de Hungtinton Park, California, ser integrante del Consejo de Obispos en EE. UU., y pastor jurisdiccional de Gran Bretaña. En esta ceremonia, el Siervo de Dios trajo a la memoria las palabras expresadas por el Señor Jesucristo antes de su partida: «‘… pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?’ (Lucas 18:8)…. Él sabe que en nosotros sigue habiendo esa fe y esperanza. No somos como aquellos que se han retirado de la Iglesia, al no entender los propósitos de Dios. Al contrario, seguimos firmes en esta hermosa fe: la que predicó un hombre de Dios llamado Aaron Joaquín; fe que predicó un hombre de Dios llamado Samuel Joaquín; y la fe que predica ahora su hermano Naasón Joaquín. «Hermanos compañeros: ¡Qué hermoso ejemplo nos ha dejado el hermano Lee: un hombre limpio, sencillo, que no buscaba las cosas materiales y que su fe estaba centrada en el cuidado de la Iglesia, en cómo ayudar la Elección, quien le había dado esta oportunidad de servicio. ¡Yo también quisiera algún día poder verlos a ustedes y a sus familias en este triunfo! Intercesión apostólica en favor de quienes se han apartado del camino espiritual «Quiero dirigirme a la familia del hermano Lee Mineeman: veo a su compañera y a sus hijos frente a mí, y yo les quiero preguntar: ¿hay en ustedes una desesperación dolorosa por la partida de su padre? No tengan pendiente: yo soy Naasón Joaquín, y Dios me ha puesto para dirigir la Iglesia. Muchos dicen: ¿quién es él?, pero yo les puedo decir con libertad y la facultad que Él me ha dado: soy Apóstol de Jesucristo, y yo les aseguro que el hermano Lee, el día que cerraba sus ojos, su espíritu estaba siendo llevado a los cielos. En su ejemplo y en su vida sean ustedes fortalecidos para seguir adelante en este camino. Antes de elevar la oración de despedida, comentó lo siguiente: «Yo sé que muchos se han extraviado de esta fe y mi oración en está tarde será en favor de quienes andan fuera de este camino: a quienes se encuentran solos, frustrados, tristes, amargados… yo quiero orar y decirle al Señor: dales una nueva oportunidad para que vuelvan a estar con nosotros, y disfruten de esta hermosa fe y esperanza,; y a vosotros, hijos de Dios, el Señor los fortalezca. El que empezó la buena obra en vuestro corazón, la perfeccionará día con día hasta la venida de Jesucristo». Al final, invitó a la grey a cantar el himno «Cuando ya de esta vida», al que se unió el Coro de Los Ángeles y los hermanos presentes, quienes se encontraban, además de la nave principal, en el mezzanine y la parte exterior del recinto. Se sumaron a este cántico los hermanos pastores Noé Lugo, Agustín Ahumada, David Mendoza, Aurelio Zavaleta, Samuel Gray, Pablo Pérez, Joel Herrera, David Chávez, Jonatán Mendoza, Osmin Elías, Silverio Coronado, Alfredo Pinto y José Luis Estrada, así como los diáconos, encargados y obreros congregados. Luego de haber cantado el himno, se despidió de la reunión con el siguiente consejo: «Me voy con alegría y satisfacción. Hemos sido enseñados en esta fe y en ella seguiremos adelante hasta el último día de nuestra vida. Llegará un día en que no se escuchen nuestras alabanzas. Los hombres querrán oírlas, pero ya no estarán los hijos de Dios para entonarlas… en un abrir y cerrar de ojos seremos arrebatados, como como el viento arrebata la hoja. Llegará el momento en que todo esto se acabará y no quedará piedra sobre piedra, ya que todo será destruido (v. Mateo 24:4). Sin embargo, ¡yo creo en esa esperanza y en lo que Jesucristo ha prometido! Dios los bendiga en su santo y bendito amor. En su camino de retorno, se detuvo por unos segundos con la hermana Ann Elizabeth Mineeman, a quien dirigió unas palabras de consuelo y confortación, que fueron extensivas para sus hijos y familiares. La estela de la bendición apostólica permaneció con singularidad en esta ceremonia. Biografía del hermano Rodney Lee Mineeman Nació el 28 de junio de 1961. Un año después de haber conocido la Iglesia y de haberse bautizado (1979), a la edad de 18 años salió a la Obra por invitación personal del Apóstol de Jesucristo, Samuel Joaquín Flores. En ese momento no hablar español ni había recibido la promesa del Espíritu Santo. Estando en la obra aprendió hablar el español y recibió el Espíritu Santo. El 3 de julio de 1983, se unió en matrimonio con la hermana Ann Elizabeth López, con quien tuvo diez hijos y siete nietos. Recibió los ungimientos del diaconado en agosto de 1987, y pastorado en agosto de 2007, de parte del Apóstol Samuel Joaquín. El 14 de diciembre de 2014, fue ratificado como pastor por el Apóstol Naasón Joaquín, quien posteriormente lo nombró como uno de los titulares en la Dirección de Obreros y Aspirantes a la Obra, así como pastor jurisdiccional de Inglaterra, entre otros responsabilidades. En octubre de 2016, el Apóstol de Jesucristo lo designó como parte del Consejo de Obispos de EE. UU y miembro de la oficina de Honor y Justicia en ese país. En su trayectoria ministerial, acompañó al Apóstol Samuel Joaquín a sus giras a Costa Rica, El Salvador y Colombia; asimismo, acompañó al Apóstol Naasón Joaquín García en sus giras al El Salvador, Australia, Chicago y, recientemente, a Aguascalientes, México. De acuerdo con el testimonio de su familia, su mayor alegría y objetivo a seguir en su vida fue la de estar al servicio de los Elegidos de Dios en esta época de Restauración. En las últimas oraciones que presidió, siempre animó a la la Iglesia y a los ministros que supervisaba a servir al Señor y a su Apóstol: «juntos, hasta el último aliento». Bitácora Ministerial 1983-1985: Oxnard, California 1985-1989: Dallas, Texas. 1989-1993: Montreal, Canadá. 1993-1994: Brownfield, Texas. 1994-1997: Houston, Texas. 1997-1999: El Centro, California. 2002-2005: San Francisco, California. 2005-2008: Redlands, California. 2008-2010: Shakopee, Minnesota. 2010-2013: Santa María, California. 2013-2016: San Diego, California. 2016-2017: Hungtinton Park, California. Fuente: Coordinación de Crónica Apostólica. [srizonfbalbum id=2437] Berea Staff, J.R.G. Share This Previous Article«He vuelto al hogar con alegría y triunfos»: saludo apostólico a la Iglesia de Guadalajara Next ArticleA tres años de su glorioso Llamamiento, el Apóstol de Jesucristo eleva su oración November 28, 2017