HomeAgenda ApostólicaCeremonia de despedida de la Santa Convocación 2016 Agenda Apostólica Ceremonia de despedida de la Santa Convocación 2016 (Coordinación de Crónica Apostólica) — El lunes 15 de agosto, a las diez de la mañana, de manera simultánea en las colonias Hermosa Provincia, Bethel y maestro Aarón Joaquín, tuvo verificativo la ceremonia de despedida a los hermanos que participaron en la Santa Convocación 2016. En el templo sede internacional de la Iglesia La Luz del Mundo, en la colonia Hermosa Provincia, el hermano P.E. Samuel Díaz –de la República de Chile– presidió la consagración previa a la ceremonia de despedida. A las 11:15 de la mañana se escucharon las trompetas en el exterior del templo, que anunciaban el arribo del Apóstol de Jesucristo, Naasón Joaquín García, a la Casa de Oración. A su paso, los hermanos levantaban sus brazos y el clamor de sus voces se elevaba conforme él iba pasando en medio de ellos hasta llegar al área ministerial. Entre lágrimas se escucharon las notas del canto “Soy yo soldado de Jesús”. En aquel instante, el Apóstol de Jesucristo dobló sus rodillas para elevar una oración al Creador. Lo acompañó la iglesia en una ferviente plegaria. Acto seguido, el Coro entonó la alabanza “El Apóstol de la consolación”. El Apóstol del Señor, retomando algunas de las frases del himno precedente, expresó: “Hermosa promesa de Dios que ahora veo está cumplida en vosotros. Por la Gracia de Dios soy lo que soy, y su Gracia no ha sido en vano para con vosotros. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos y vosotros sois mi herencia, Iglesia del Señor; sois mi destino, sois mi fuerza, sois el Pueblo que Dios ha puesto en mis manos”. Enseguida, externó que llegó el momento de despedirse de la festividad y aunque existiese en algunos nostalgia o melancolía, deseaba dejar dos responsabilidades a la Iglesia –incluido el cuerpo ministerial. Aclaró que el abrazo con que se estrecharían esa mañana no era de despedida, porque los hijos de Dios no conocen esa palabra: se trató de un abrazo de ‘hasta pronto’, porque el reencuentro es inevitable, sea dentro de un año o en los cielos volveremos a estar reunidos con Cristo el Salvador. Gloriosa esperanza tienen los hijos de Dios Como primera responsabilidad, mencionó la bendición incomparable que la Iglesia del Señor recibió el día de la Santa Cena. Destacó el hecho de que el Señor se fijara en cada uno de sus hijos y los disimulara, perdonara y redimiera de sus pecados para restituirlos en comunión con Él, no es cualquier cosa. El que no tiene la fe –recordó– no comprende esta hermosa grandiosidad y desprecia lo que ha adquirido de parte de Jesucristo: ser herederos y coherederos juntamente con Él y tener la oportunidad de aspirar a recibir la misma recompensa que Dios le dio a su hijo, . Recordó de nuevo la gloriosa esperanza de ser parte de los hijos de Dios que serán arrebatados a los cielos, elevados como el Señor, llenos de gloria y recibidos por miles de ángeles quienes les acompañarán a la morada eterna, donde verán al Señor tal cual es y serán semejantes a Él –como lo prometió– y estarán donde Él está. Aconsejó que la bendición recibida no debe ser menospreciada, ni regresar con la mentalidad de volver a cometer ofensa ante Dios. Señaló que en los hermanos debe existir esa responsabilidad junto con un coraje espiritual en contra de satanás, con la firme decisión de no dejarse caer por él y ocupar el tiempo en buenas obras, porque el ocio permite al enemigo acercarse a los hijos de Dios para tentarlos continuamente. En cambio –reiteró– trabajar en el Señor aleja al hermano de la tentación y permite también cosechar para vida eterna y salvación. Recordó cuando el Apóstol Samuel Joaquín relató cómo sus hijos, cuando llegaba el momento de la despedida en las santas cenas, le solicitaban que les dijera a los hermanos que no se fueran. Comentó que si en el presente sus hijos le hicieran una petición similar daría la misma respuesta de su padre: “La Iglesia tiene que regresar a sus lugares de origen para dar testimonio del verdadero Dios”. Los hermanos deben testimoniar que son hijos de Él, comprados a precio de sangre, que fue derramada por el Hijo de Dios, la cual nos hace cristianos y hermanos de Cristo. Recalcó que si en realidad el Señor hizo la obra en cada uno de ellos, si hubo la comunión de Dios en los corazones, si hubo alegría y bendición el día anterior, no se puede hacer caso omiso a la invitación; deben llegar a sus lugares y dar testimonio con todo orgullo, de ser hijos de Dios, del Rey de reyes, Señor de señores. A familiares, vecinos, amigos, compañeros de escuela, de trabajo, maestros y empleados. A todos, testificar que pertenecen a un hermoso Pueblo, no a una iglesia más, sino a la Iglesia de Cristo. Puso el ejemplo de la samaritana que corrió con sus parientes a decir de aquél hombre que creía que era profeta porque le hablaba la verdad de su vida. Advirtió que habría burlas, de las que no se deben avergonzar ni sentirse ofendidos, sino al contrario, sentir lástima por ellos, por su situación, y levantar la frente en alto, llevar con orgullo y satisfacción esa dignidad que también se lleva con trabajo, con hechos, así como el maestro lo enseñó. Expresó que el que tiene esa obra en su corazón, por medio de sus obras lo ha de manifestar, como lo menciona la palabra de Dios: muéstrame tu fe… (Santiago 2:14) Despedida a los batallones que saldrán a nuevos países de conquista Señaló que si la fe se ha fortalecido y la comunión de Dios vive en ellos, lo deben de presentar con hechos. No se puede decir que hay fe en el corazón sino lo demuestran con las obras. Invitó a entonar una alabanza compromiso para con el Señor, mencionando que desde ese día en adelante los batallones de jóvenes comenzarán a salir a Polonia, China, Japón, Filipinas, India, y a otros países donde la iglesia ya está establecida a reforzar los lugares pequeños donde ya alumbra en esas naciones la Luz del Mundo. Recalcó de nuevo la invitación a trabajar por el Señor, aclarando que trabajar en Él no significa que habrá un látigo detrás para golpearlos, ni que habrá pencas de maguey en la espalda para lastimarlos. Trabajar por el Señor es ocupar tiempo el libre para dar testimonio de Jesucristo. Solicitó el canto n. 603, “Yo quiero trabajar por el Señor”, exhortando a los jóvenes y señoritas, a los batallones y a los hermanos en general a llevar con dignidad y orgullo esa labor. Y el mundo verá –dijo– que a los hermanos no les avergüenzan las burlas. Aunque humildes en su aspecto, con los rostros levantados y con orgullo van a expresar que son adoradores del único Dios Vivo, hijos suyos por Cristo, que los ha glorificado, sentándolos con los príncipes de su Pueblo. De nuevo hizo hincapié en que el ocio que hace caer en ofensa ante el Señor. Si al joven le gusta el internet lo invitó a usarlo en provecho del Evangelio, para dar testimonio, que sea instrumento útil. El pago, dijo, ya está hecho, y que aún falta todavía la más hermosa bendición en los cielos. Nadie llame inmundo lo que Dios ha santificado Después de entonar la alabanza, señaló la segunda responsabilidad, en la cual dijo que incluía al Cuerpo Ministerial. Mencionó la condición en la que había llegado la grey de Dios: con vergüenza, sabedora que aunque se había preparado para la festividad, las obras de justicia no eran suficientes para estar delante de Dios. Sin embargo, fue la bondad, amor y misericordia divina la que les permitió estar con Él en comunión. Indicó que en adelante no se deben usar más expresiones tales como “indignos”… porque Cristo, a cada uno, nos ha limpiado y dignificado. Cuando el hermano pase a ofrecer un canto o capítulo debe desechar el pensamiento de ser lo peor. En efecto, no éramos dignos cuando el Señor nos rescató del fango de la idolatría, de los vicios… Pero cuando nos rescató, Él nos justificó y nos dio la gloria más hermosa que un ser puede recibir: ser llamados hijos de Dios. En adelante, el Cuerpo Ministerial se abstendrá de decirle a los hermanos que son malos o son de lo peor, porque alguien mayor que ellos los ha limpiado y ahora brillan hermosos, como un brillante. Con esa dignidad exhortó a que fueran a sus lugares a exclamar que son hijos de un Rey, con ese orgullo, que no es lo mismo que presunción. Despedida En representación de la Iglesia, el Apóstol de Jesucristo invitó a pasar al frente a dos hermanas, una de ellas silente y la otra procedente de Guinea Ecuatorial, en el continente africano. Invitó a la hermana Diaconisa Eva García y a la hermana Alma Zamora de Joaquín, a pasar al frente a estrecharse en un abrazo fraternal con las citadas hermanas, en representación de él. Invitó a la Iglesia a imitarlas en un abrazo entre hermanos, sin mirar el color de piel ni la estatura ni la procedencia… sino ver en cada hermano, con los ojos espirituales, la imagen hermosa de Cristo, porque ahora –dijo– por la comunión con Dios, cada miembro de la iglesia es Cristo. Exhortó a no quedarse sin el abrazo porque sería irse sin la bendición de Dios. Los coros entonaron los cantos correspondientes, mientras el Apóstol del Señor contempló a sus hijos espirituales cumplir su deseo en un efusivo abrazo fraternal. Los hermanos voltearon unos con otros, compartiendo el mismo sentir. Luego, invitó a dos de los directores de los orfeones presentes, los hermanos Job Ruiz, del Coro de Hermosa Provincia de Guadalajara y Asael Vázquez, del Coro del Estado de México, a los cuales estrechó en un abrazo. En las palabras del canto, que habla de la segunda venida de Jesucristo, el Apóstol de Dios expresó: “Al venir Jesús nos volveremos a ver. Reforcemos la esperanza que ahora Dios ha puesto en nosotros: la dignidad y el orgullo”. Enseguida, invitó a a la Iglesia a acompañarle a elevar una oración de adoración a Dios. Al término de la plegaria invitó a entonar el himno n. 163, “El mundo no es mi hogar”, para despedirse. Recordó que este cantto no es de tristeza sino de la esperanza que habita en el corazón de cada hermano, porque su ciudadanía no está en la tierra sino en los cielos, donde algún día aspiran a llegar con los seres amados, y destacó que para aquellos que en Cristo han perdido algún familiar, el espíritu de satanás les incita a llorar y lamentarse en el dolor de la pérdida, pero el espíritu de Dios los incita a la alegría, porque su familiar no fracasó ni está en un lugar de lamento: vive feliz al lado de Jesucristo y algún día estará con Él. Con esa alabanza de esperanza, dijo, se retiraba. “No tengas temor, manada pequeña. El mismo Dios que te trajo con bien te ha de regresar a tus lugares. Mis plegarias, mis oraciones no cesarán y en cada una de ellas le diré al Señor: ‘Cuida a tu Pueblo que va de regreso, que lleguen con bien, con salud, con bienestar, para que también den testimonio de ti en donde ellos se encuentran’. Yo os digo: ‘La paz de Dios vaya con ustedes y su Espíritu Santo os dirija a toda verdad”. En el transcurso de la alabanza el apóstol de Dios se fue despidiendo de los hermanos que levantaron sus manos correspondiendo al saludo. Desde su balcón despidió a los hermanos que se aglomeraron en las calles, buscando verlo antes de partir. Fuente: Coordinación de Crónica Apostólica. [srizonfbalbum id=1119] Berea Staff, J.R.G. Share This Previous ArticleCrónica de la Santa Cena 2016 Next ArticlePresentación Apostólica con los ministros en Hermosa Provincia August 15, 2016