HomeAgenda ApostólicaA un año del huracán Patricia: crónica de la intercesión apostólica en favor del Pueblo de Dios Agenda Apostólica A un año del huracán Patricia: crónica de la intercesión apostólica en favor del Pueblo de Dios (Coordinación de Crónica Apostólica) — Hace un año, el viernes 23 de octubre de 2015, una noticia estremeció a México y el mundo: el huracán «Patricia», fenómeno meteorológico de categoría 5 (el máximo nivel en la clasificación de Saffir-Simpson), tocaría este día las costas de los estados de Colima, Nayarit y Jalisco. El pronostico, desde un principio, fue desalentador: se trata de un huracán extremadamente peligroso: «El más poderoso registrado en la historia del planeta (…). Sus consecuencias serán potencialmente catastróficas», advertía enfático el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos. Por lo anterior, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) exhortaban a la población para que atendiera los avisos de Protección Civil y de las autoridades estatales y municipales, ya que, de acuerdo con Roberto Ramírez —titular de Conagua—, no estaba registrado en la historia un huracán que haya llegado en la velocidad de sus vientos a 325 kilómetros por hora. «Este meteoro es ‘sumamente violento’ y ‘puede ser muy catastrófico’», precisó el experto (v. Excélsior, 23 de octubre de 2015). Colima, Jalisco y Nayarit se encontraban para ese momento en declaratoria de Emergencia Extraordinaria. En esta histórica fecha, el Apóstol de Jesucristo, Naasón Joaquín García, se encontraba en la República de El Salvador. Luego de haber visitado 75 iglesias en el país centroamericano —en un lapso de quince días—, al conocer la noticia del impacto catastrófico en que podría devenir el huracán Patricia, sin dilación concluyó la cuarta etapa de su Gira Universal por Sudamérica (Bolivia, Perú, y Ecuador) y la República de El Salvador. Por la tarde, abordó un vuelo comercial que lo trasladó de aquella nación a la ciudad de Guadalajara. Entretanto, los medios de comunicación daban cuenta de la inminente catástrofe que ocasionaría el poderoso huracán en las costas de Jalisco. A nivel mundial, en las casas de oración se congregaba la Iglesia del Señor para elevar una plegaria al Creador. En la colonia Hermosa Provincia, la oración de seis de la tarde lucía pletórica de hermanos. En cuestión de minutos se estimaba que el huracán golpearía con inusitada violencia a Manzanillo, Puerto Vallarta y otras localidades costeñas. El reloj marcaba las 6:20 de la tarde cuando el padre en la fe encaminó sus pasos por el pasillo central del templo sede internacional de la Iglesia del Dios Vivo Columna y Apoyo de la Verdad. Para la Iglesia reunida se trataba de una presentación inesperada, pero ciertamente anhelada. No se trataba, desde luego, de una bienvenida o de una recepción al Apóstol de Jesucristo luego de su exitosa gira por tres países de Sudamérica y la República de El Salvador. Ante la situación de emergencia, el padre en la fe quiso elevar una plegaria al Creador, acompañado de los hermanos de Hermosa Provincia, en favor del pueblo de Dios. Desde el área ministerial, saludó primeramente a la Iglesia congregada y no tardó en expresar su grande preocupación: «Su hermano va llegando de la gira por Sudamérica y El Salvador, y vengo con mucha preocupación». En relación con el avance irreversible —hasta ese momento— del huracán Patricia, el Apóstol de Jesucristo expresó: «Hay situaciones que el Señor permite que pasen para dar a conocer su gloria. No que deseemos el mal a nadie, no; pero Dios permite a satanás tentarnos con el fin de hacernos caer de la fe que Dios ha sembrado en nuestros corazones. Así como Dios hace llover sobre justos e injustos, hoy permite esta situación. Del huracán Patricia, que se está acercando cada vez más y que en estos minutos estará ya tocando tierra, no podemos decir que no va a hacer estragos». Citó la información que en cadena nacional se estaba dando a conocer de parte de la Presidencia de la República, donde se anunciaba que Patricia era «el huracán más fuerte en la historia de México», y que, en consecuencia, habría destrucción de casas, edificios, viviendas, automóviles volcados… En lo anterior coincidían científicos de todo el mundo: el desastre era inminente. Antes de elevar su plegaria, compungido, manifestando tangiblemente el amor entrañable por sus hijos en la fe que viven en las zonas afectadas, dijo: «No podemos decirle al Señor: ‘Maestro, calma esta tempestad’. Él sabe porqué razón la manda… pero una cosa sí quiero decirles: entre las personas que viven en aquellas poblaciones se encuentran nuestros hermanos… Desde el día de ayer que se me notificaba lo anterior, yo le decía a los hermanos que nos acordáramos de esta situación. Que no vaya a acontecer algo que lamentemos: la vida de los hermanos. De las cosas materiales, ellos no se deben de preocupar, porque somos un pueblo unido y estamos enseñados como hijos de Dios a proveer de las necesidades de aquellos que sufren estas situaciones». Ante la desgracia va a reinar la fe y el amor En su sentido mensaje, el Apóstol del Señor hizo mención del temblor que devastó algunas localidades de la República de El Salvador —el 13 de enero de 2001—, y que dicho sismo destruyó las casas de los hermanos. Así abundó: «Lo habéis hecho en un sinnúmero de veces, con mi padre, el Apóstol Samuel Joaquín, y jamás en alguna calamidad, inundación o huracán que golpeó los lugares en donde estuvo la Iglesia, jamás ésta tuvo necesidad. En el sismo de El Salvador, su hermano estuvo presente y contempló como el Varón de Dios construyó una colonia completa para sus hijos, para que todos tuvieran un lugar digno en donde vivir. Se les destruyó su casita de cartón, de madera, pero el Siervo de Dios les construyó casas de cemento, varilla… para que ellos tuvieran una vida digna. «Yo sé que esa fe, ese sentimiento y esa enseñanza no se ha apartado de ti. Por eso dije que no me preocupa que pierdan sus casas. ¿Me preocupa que pierdan su camita? No. ¿Me preocupa que pierdan su ropa? No. Porque nosotros proveeremos para ellos, y de lo que Dios nos ha dado compartiremos con nuestros hermanos. Se llegará el momento en que te diga: ‘¿Tienes dos chamarras?: compártele una a tu hermano. ¿Tienes dos camisas?: compártele una a tu hermano. ¿Tienes dos faldas?: compártele una a tu hermana’. No que seamos viles y les demos lo que nos sobra. No, jamás obraríamos de tal bajeza. Esa ropa, la mejor, se la daremos a nuestros hermanos. A la mejor mi hijo duerme en el piso, ¡no importa! ¡Dios te va a dar más! Y si yo tengo en mi sala un juego de tres piezas, tomaré un sillón y lo pondré para que mis hermanos tengan un lugar en donde reposar. Aquí lo que va a reinar es la fe y el amor». Adelantó a la Iglesia que había dado las instrucciones precisas para que diversas brigadas acudieran de inmediato con los apoyos necesarios hasta las costas afectadas: “Ya di indicaciones por medio de la Plataforma de Profesionistas y por medio del Ministerio de Bienestar Social para que empecemos con todas las iglesias a prepararnos, porque no podemos esperar a ver qué pasa… Porque de la abundancia del amor y de la fe del Pueblo del Señor se verán reflejados en la invitación que su hermano les está haciendo». Informó también que ya las Iglesias de la República Mexicana se están movilizando, y dijo: «A ti no te había invitado todavía porque yo deseaba llegar ya a este lugar y decirte: ‘Hermano, ¿estás también conmigo? ¿Hermano de Hermosa Provincia, hermano de Guadalajara, me acompañas también para sentir la seguridad de la certeza que lo material no les hará falta nada a ninguno de nuestros hermanos? Aunque sobreabunde, no importa, que vea el mundo entero que esta Iglesia está unida y que como un solo cuerpo velamos los unos por nosotros». «Clama a mí el día de tu angustia»: el derecho de los hijos de Dios En otro momento, el Apóstol de Jesucristo reiteró: «Me preocupa mucho la situación de la vida de ellos; ¿Dios tendrá pensado recoger a alguno de ellos? No lo sabemos… El señor Jesucristo fue a orar al Monte del Olivar, y aunque él fue a pedir una opción para que Dios lo librase de su sufrimiento, sus palabras fueron: ‘Padre, si es posible, que pase de mí esta copa…’ (Mateo 26:39), porque en su cuerpo humano él tenía miedo, se atemorizaba por saber –porque ya lo sabía– a lo que se iba a enfrentar, y su cuerpo se amedrentaba. Pero luego decía, ‘mas no se haga mi voluntad sino la tuya…’. «Subió la primera vez, ¿y recibió en esa primera ocasión que subió al Monte a orar con su Padre –estoy hablando de Jesucristo, el hijo de Dios– contestación de su Padre? Pareciera que es algo increíble de aceptar… ¡No! Cómo que fue a refugiarse con su Padre y no lo escuchó, no lo oyó. ¡No! Sí lo escucho. Y lo estaba oyendo. Pero en la primera oración que hizo no lo confortó. Él se levantó desesperado, angustiado y triste hasta la muerte. Quiso refugiarse con sus amigos y los encontró durmiendo. El Apóstol Naasón Joaquín trajo a la memoria una cita de la Palabra de Dios: «Recuerdo que nuestro Dios nos ha dicho: ‘Clámame en el día de tu angustia y yo te responderé’. Yo estoy angustiado por mis hermanos; yo siento aflicción por ellos… porque este huracán que se aproxima va a traer situaciones muy lamentables. ¿Tú no te sientes angustiado? ¿Tú no te sientes afligido? ¿Tú no te sientes desesperado en buscar la forma que Dios cuide sus hijos? Entonces, si Dios nos ha dicho ‘Clama a mi’, hoy quiero clamarle. Yo quiero suplicarle, alzar mis brazos y decirle: ‘Señor, cuida a tus hijos’. «No podemos decirle al Señor: ‘Si tú quieres desaparecer ese huracán hazlo, y si no, no lo hagas. Pero por tus hijos te rogamos y suplicamos: ‘Señor libra a tus hijos (…). Yo sé que mi Dios es fuerte y poderoso. Yo sé que Dios a veces permite las cosas porque Él hace llover sobre justos e injustos, pero también lo hace para que su gloria, su poder y su grandeza sea manifiesta al mundo entero. Y si este huracán que Él ha traído es para demostrar a la humanidad que el es grande y poderoso, y que nosotros no somos nada a comparación de Él, que así lo haga. Para que el mundo entero sepa que nuestro Dios es el único Dios vivo, poderoso y fuerte. Pero que ese Dios también cuida a sus hijos y los protege. «¿Me acompañas, Iglesia del Señor? ¿O sientes una carga con lo que te estoy pidiendo?». Con la voz quebrada y conmovido por el dolor que sus hijos espirituales experimentaban en aquel instante, mientras enjugaba sus lágrimas el Apóstol de Jesucristo expresó: «Cuando los hermanos de Colima pregunten: ‘¿Y dónde está su padre?’, yo estaré allá orándole a mi Padre. Le estaré clamando y suplicando: ‘Ahí están tus hijos’, y ellos te están diciendo: ‘Dios de Naasón Joaquín’. «Cuídalos, líbralos, protégelos… y en medio de aquella tristeza y angustia, que el mundo diga: ‘¿Qué les pasó a los hermanos?, y que oigamos aquella noticia: ‘Ni a uno sólo le ha pasado nada’. Aunque no podemos nosotros condicionar a Dios y ponerle reglas, por eso digo: ‘Manifiesta tu poder, Señor’. Le rogaremos, le suplicaremos… «Porque Dios no se sujeta a lo que nosotros le exijamos o queramos; Él hace lo que Él quiere. Pero vamos a apelar al derecho que tenemos como hijos de Dios. A rogar, a suplicar, a clamar, porque este derecho Dios no lo otorgó a nosotros, sus hijos, y le diremos: ‘Si así está en tu voluntad, hazlo Señor, si fuese posible y no sale de tu deseo y de tu voluntad, protege a tus hijos. Y si a alguno de ellos tú has decidido recogerle la vida, que aquella calzada de la cual nos hablaba el apóstol Samuel Joaquín, se forme en el cielo para darle la bienvenida a aquellos que duerman en ti, y lleguen a ese descanso espiritual y eterno». ¡Maestro se encrespan las aguas! Antes de hacer elevar su oración intercesora, invitó a la Iglesia a cantar la alabanza n. 336, «Maestro se encrespan las aguas», y dijo: «Yo quiero que entonemos esta alabanza en donde el Señor nos dio la mayor muestra de fe y confianza que debemos de tener en Él. «Sin duda a estas horas ya están oyendo los hermanos el rugir de la lluvia, el rugir del viento… Para estas horas tal vez ya haya tocado tierra el huracán, pero nosotros le rogaremos a Dios. No vamos a reclamarle, no vamos a exigirle, solamente el hombre impío y el que no tiene conocimiento de Dios –necio y soberbio– dice por qué lo hace así, o por qué lo hacen de esta forma y quiere condicionar y ponerle reglas a nuestro Dios. «Nosotros, sus hijos, no vamos a ponerle reglas a Dios ni a condicionarlo ni a decirle qué es lo tiene que hacer, porque Él lo prometió. Le vamos a rogar como su hijo Jesucristo nos enseñó: ‘Si fuese posible, Señor, te rogamos, te suplicamos en este momento, en este tiempo de angustia, te rogamos y te suplicamos que pases de nosotros esta copa, que pases este dolor y sufrimiento de tus hijos. Y no me refiero a lo material, reitero. Eso a mí no me interesa. Porque están nuestros hermanos para posteriormente darles a ellos en abundancia. Me refiero de su vida de ellos. Entonaremos nuestra alabanza y posteriormente a ella le pediremos a Dios de su ayuda, en el nombre de Cristo Jesús!». Oración apostólica de intercesión Después de entonar la alabanza, cuyas notas estentóreas retumbaron en el interior del templo, el Apóstol de Jesucristo elevó su plegaria al Creador: «Bendito Padre que estás en el Cielo: hoy tus hijos que están en aquellas costas de Nayarit, Colima y Jalisco están clamando a ti, Señor, con dolor, porque en tu bendita voluntad has deseado mandar este huracán, pero ellos creen y confían en ti. No están inconformes, no. No están renegando, no. Señor: ‘Porque nosotros aceptamos tu voluntad, sea cual sea, sin ponerte reglas, sin ponerte obstáculos, sin ponerte condiciones… pero apelamos Señor a tu misericordia. «Apelamos a tu bondad y a tu amor. Apelamos, Padre, a aquellas palabras que tú nos dejaste cuando dijiste: ‘Clámame en el día de tu angustia y yo te responderé’. Aquí estamos ante ti, clamándote, suplicándote, rogándote: ‘Cuida a tus hijos, protégelos, ampáralos, cuántos de ellos están ahorita postrados de rodillas ante ti, Señor, en la enseñanza que tus apóstoles nos han dejado. Y están clamando: Dios de Aarón Joaquín, Dios de Samuel Joaquín, Dios de Naasón Joaquín… «Protégelos. Hoy venimos ante ti para rogarte, suplicarte, si fuese tu voluntad, si lográsemos Señor moverte a misericordia, cuídales sus vidas, que ninguno de ellos se pierda, y si tú tienes preparado para ellos recogerles la vida, que tus brazos allá en el cielo se abran y los recibas en aquella calzada espiritual donde los santos que han triunfado y tus ángeles les den la bienvenida. Pero si tu oído Señor se inclinara a nuestra súplica, te pedimos una vez más: ‘Sé con tus hijos, y entonces vendremos aquí y pagaremos nuestros votos y diremos ¡que para siempre es tu misericordia!». Inicia la oración continua de la Iglesia por los damnificados Antes de despedirse, el Apóstol de Jesucristo invitó a los grupos de Hermosa Provincia para que se turnarán en una oración continua de 24 horas —iniciaron el rol de consagraciones las hermanas de la tercera edad. El Siervo de Dios invitó a la Iglesia a recabar víveres, alimentos no perecederos, ropa, etcétera, para los hermanos que resultaran damnificados por el huracán Patricia, y agregó: «No puedo decir que regresé con alegría, aunque todo fue triunfo en el Señor Jesucristo, porque la angustia y la preocupación está en mí como yo sé que está en ti, pero ya nos alegraremos y nos gozaremos, y ya estaremos con libertad. Pero ahorita, nuestros hermanos nos necesitan. No sabemos si en algún momento ellos luchan por su vida, que no tengan pendiente, que si llegase en algún momento una situación difícil tengan la certeza de que ahí está su Siervo orando por nosotros. Hoy está la Iglesia de Guadalajara, la de la República Mexicana y la del mundo entero, pidiéndole a Dios, rogándole y suplicándole que sea compasivo con nosotros. Hagámoslo, hermanos, en el nombre de Cristo el Señor. Dios los bendiga en el nombre del Señor”. De esta manera, el Apóstol Naasón Joaquín se despidió de la Iglesia mientras el Coro de Guadalajara entonaba la alabanza “Al amparo de la roca salvo soy”. Dios contesta la plegaria apostólica: el huracán Patricia se desvía de las costas del Pacífico El reloj marcaba la 1:04 de la mañana cuando el Apóstol de Jesucristo salió de su casa en dirección a templo. Ya era el sábado 24 de octubre. En ese momento concluían su consagración especial los primeros cuatro grupos de casados e iniciaban el primero y segundo grupo de jóvenes. Justo en ese intervalo de tiempo el Siervo de Dios se incorporó a la consagración, en la parte de atrás del templo. La Casa de Oración lucía pletórica de hermanos quienes, a una sola voz, elevaban su plegaría al Altísimo en favor de los hermanos de las costas de Nayarit, Colima y Jalisco. Posteriormente, se hizo la oración de adoración al Creador. Entre los cánticos espirituales que se elevaron durante esta hora de Consagración, se entonaron las siguientes alabanzas: “Cómo podré estar triste”; “Yo tengo un pastor sublime”; “No tengo cuidados, ni tengo temor”; “Cerca de ti”. En el noticiario nocturno de TV Azteca Jalisco (del 23 de octubre), conducido por el periodista Pablo Latapí, el gobernador de Jalisco declaró «encontrarse sorprendido», porque a pesar de los pronósticos y los daños causados hasta el momento, «el fenómeno no se presentó como se temía», y dijo que «algo divino había pasado», «desde la misma desviación de último momento hacia el sur, para finalmente entrar por Barra de Navidad, aproximadamente a las 6:15 pm, hasta la inexplicable manifestación de menos agua y viento que lo esperado por la magnitud monstruosa del huracán». Ante la insistencia del entrevistador, el gobernador de Jalisco dijo que «le toca a los científicos explicar qué pasó, porque para los asesores que le han acompañado hay mucho de inexplicable». Para la Iglesia del Señor, que vive por la fe, la explicación de este prodigio —la inexplicable disolución del fenómeno meteorológico que, de acuerdo con los científicos, era catastrófico— se debió, indudablemente, a la respuesta de Dios a la oración de su Apóstol. El mismo Dios que paró el sol, que abrió en dos el Mar Rojo para que pasara el pueblo de Israel —y que lo sustentó durante cuarenta años en su tránsito por el desierto—, fue el mismo que frenó y desvió el huracán Patricia de las costas del Pacífico. Justamente, a la hora que el Apóstol Naasón Joaquín elevaba su plegaria al Creador el 23 de octubre en la Hermosa Provincia (las 6:20 de la tarde), en aquel preciso instante el huracán Patricia, de manera inexplicable para los científicos y las autoridades, cambiaba radicalmente de ruta, librando a los pobladores de lo que era una inminente devastación. Oración de gratitud a Dios: el pago de los votos El reloj marcaba las 5:26 de la mañana —del sábado 24 de octubre— cuando el Apóstol de Jesucristo ingresó nuevamente a la Casa de Oración en la colonia Hermosa Provincia. Como lo había anticipado el día anterior, el viernes 23 de octubre, acudió al templo a pagar sus votos al único Dios Vivo por haber librado de la destrucción y la muerte a los hermanos de las costas de Nayarit, Colima y Jalisco. El Apóstol de Jesucristo, desde su ministerio, expresó: «Con grande alegría viene su hermano a este lugar. El hombre dice que fue la suerte, el hombre dice que fue casualidad, pero tú y yo sabemos que hubo alguien que escuchó nuestra voz y que escuchó nuestra plegaria», afirmó categórico. Recordó el momento cuando Dios vio la maldad de Sodoma y Gomorra, y determinó destruir esas ciudades, pero dentro de aquellas tierras se encontraba un hombre justo, del cual Dios se agradaba. Y fue Abraham con Dios y empezó a intervenir diciendo: «Ay, mi Señor, ¿cómo vas a destruir al justo juntamente con el injusto? ¿Si hubiese allí en esa ciudad 50 justos no lo librarías de este mal?» Y Dios le respondió: «Por 50 justos yo lo libraré de este mal». Y volvió a inquirir Abraham: «Ay, mi Señor, y si fueran cinco menos”». «Pues por 45 yo libraré a esta ciudad», contestó Dios. Y le dijo Abraham de nuevo: «Mi señor, y si fuesen 40». «Por 40 yo no destruiré esta ciudad», replicó. Y todavía seguía él suplicando: «Mi señor, no se enoje conmigo, pero si en vez de 40 fueran 30…». Pero ahí estaba la misericordia de Dios: «Por esos 30 yo libraré a esa ciudad». En este paralelismo, el Apóstol de Jesucristo recordó: «Qué hermoso es tener a ese Dios vivo. Hoy también nosotros venimos como aquel hombre llamado Abraham y venimos ante las plantas de Dios y le dijimos: ‘No Señor, no son 15; no son 20; no son 30; no son 40; no son 50… son miles de almas las que están amenazadas en aquellas costas por este huracán’. Señor: ‘¿Destruirás al justo con el injusto?’. Y venimos con el que consuela nuestras almas y clamamos al que nos dijo que lo hiciéramos en un momento de angustia, pero que también nos dijo: ‘Clámame en el día de tu angustia y yo te responderé, pero luego tú me honrarás. Por eso ya vengo a decirle: justo es nuestro Dios, grande es nuestro Dios, misericordioso es nuestro Dios… ‘Viva Jehová y bendita sea la roca’». Posteriormente, invitó a la multitud de hermanos reunidos en la Casa de Oración a cantar la alabanza 477, «Santo, Santo, Santo», «porque digno es que alabemos a Dios», asentó. Pidió que este himno se cantara «con toda nuestra alegría, nuestro agradecimiento, nuestras fuerzas, porque digno es nuestro Dios que lo hagamos de todo corazón”» Y así fue. Después de haber cantado el himno y ser confortados por el Señor, el Siervo de Dios invitó a la Iglesia reunida a la siguiente reflexión: «Qué padre cuando un hijo le pide un pan le da una piedra. Qué padre cuando un hijo demanda algo de él le da una serpiente. Si nosotros siendo hombres sabemos dar buenas dádivas, hoy fuimos ante el único Dios vivo, ante aquel que su misericordia es para siempre. Le clamamos y Él nos respondió. «Hermano: ¿Quieres ahora que adoremos el nombre de Dios? Yo sé que la noche acabó con tu garganta, pero no importa; más grande fue la obra que Él hizo. Nuestros hermanos están en plena salud y están a salvo. Decían los hermanos de Puerto Vallarta: ‘Hermano, ya estamos viendo las estrellas; el sol se ha despejado; podemos hoy decir Maestro pasó la tormenta, los vientos no rugen más’». Con lágrimas rodando por sus mejillas y profundamente conmovido, el Apóstol de Jesucristo elevó su oración de gratitud al que lo fortaleció y lo tuvo por fiel al ponerlo en el Ministerio. En su plegaria al Creador, dijo: «Señor, ahora hay una bonanza, ahora venimos ante ti a pagar nuestro voto que hicimos. A reconocer que tú, y solamente tú, eres grande. Grande es tu nombre, Oh Dios: hiciste esta maravilla. «Agradecemos tu compasión, el que inclinaste tu oído a tu Siervo y a tu Iglesia, para librar del mal a tus hijos de aquellas regiones. Hoy, Señor, venimos a decirte qué grande es tu nombre y digno de ser alabado, ensalzado y adorado, porque eres poderoso, grandioso, misericordioso y has protegido a tus hijos. Hoy el mundo tembló; el mundo se amedrentó; y el mundo reconoció que no es nada ante ti, mientras tus hijos te daban la gloria y se amparaban en tus brazos, y Tú los libraste. «He aquí tus hijos, y tu Siervo, venimos ante tus plantas para decirte que tú, oh Dios, eres grande en poder, en misericordia y en amor; digno de toda nuestra alabanza, digno de todo nuestro reconocimiento, digno de que te demos loor, digno de que te adoremos, y una vez más decimos: ‘Viva Jehová y bendita sea nuestra roca. Roca que nos protege, roca que nos cuida’, tú el único Dios vivo, en el amor de tu hijo amado Jesucristo». «Seguro se halla el aprisco» Al término de su ferviente oración, el Apóstol Naasón Joaquín informó lo siguiente: «Una vez más quiero notificar esta hermosa noticia: ¡Seguro se haya el aprisco. Y el hato tranquilo ya está! Esto no quiere decir que nuestros hermanos no sufrieron situaciones difíciles. Aunque todavía no las conocemos, porque todos ellos están refugiados en diferentes lugares –la gran mayoría en las casas de oración–, todavía falta que el gobierno, las autoridades, les den la autorización para que ellos salgan a sus hogares y entonces valoren las pérdidas que tuvieron. «Pero yo te digo a ti hermano –porque serán días duros para ellos–, ¿verdad que no tienen de qué preocuparse? Yo te invito para que traigas un kilo de arroz, un kilo de frijol, agua embotellada, comida enlatada, para que los tres o cinco días que serán los más difíciles para ellos, tengan abundancia y no haya ninguna necesidad». Indicó que todos los víveres y alimentos no perecederos serían acopiados en el edificio de Israel para que cada quien lleve a ese lugar lo que proponga en su corazón, y así suplir la necesidad de los hermanos necesitados. Comentó que pasando el recuento de daños, se hará una evaluación por los ministerios designados, quienes informarán qué familia se quedó sin casa, u otra sin muebles, o a la que se echó a perder sus enseres domésticos… Entonces se volverá a invitar a la Iglesia para que participemos de una bendición más en el nombre del Señor. Y agregó: «Al participar en esta bendición, nos sentiremos muy orgullosos y favorecidos de Dios: que Él ponga en nuestro corazón el sentir de poder donar algo, porque hoy son ellos, pero mañana podríamos ser nosotros, y estoy seguro de que ellos también verían por nosotros. Pero por lo pronto, hemos pagado nuestros votos, y ahora sí, con alegría, una vez más decimos: ‘Bendito sea nuestro Dios. Bendito sea nuestro señor Jesucristo. Que no nos olvidado, que hoy nos ha demostrado que sigue con su Iglesia, que sigue con su Siervo, la Iglesia del Dios Vivo sigue adelante en el nombre de Cristo Jesús’». Invitó a la Iglesia a no dejar de orar por los hermanos de las costas de Jalisco, Colima y Nayarit, sea en la oración de cinco, de nueve o de seis de la tarde. «Dios los bendiga en el nombre de Cristo Jesús», fueron sus palabras de despedida. Despedida La iglesia, al unísono, entonó la tercera estrofa del himno 377: «Maestro, pasó la tormenta. Los vientos no rugen ya; y sobre el cristal de las aguas el sol resplandecerá. Maestro prolonga esta calma, no me abandones más; cruzaré los abismos contigo, gozando bendita paz…». Mientras el Coro de Hermosa Provincia, con su impecable uniforme blanco, entonaba el citado himno, el Apóstol del Señor se detuvo por unos instantes en el atrio y desde ahí, de manera simbólica, estrechó a sus hijos en la fe en un abrazo amoroso y un ósculo de amor. Al salir por el pasillo del templo, acompañado de algunos ministros, las hermanas y los hermanos se regocijaban al contemplarlo. Y es que eran dos los motivos: el primero, el ser testigos de la maravillosa respuesta del Creador a la oración de su Apóstol, quien libró a los hijos de Dios de la destrucción y la muerte material. La segunda, el contemplar de nueva cuenta al Apóstol de Jesucristo en su «cuartel general espiritual», luego de su gira por Sudamérica y la República del Salvador. La respuesta favorable de Dios ante una inminente desventura, el pago de los votos a esta bondad, el regreso con bien del Apóstol de Jesucristo de su exitosa gira universal, y la confianza y seguridad que experimentó la Iglesia en el Altísimo ante este evento meteorológico, es un capítulo más en la historia del ministerio contemporáneo, el de Naasón Joaquín García, Siervo del Dios Vivo y Apóstol de Jesucristo por la gracia de Dios. Fuente: Coordinación de Crónica Apostólica. Berea Staff, J.R.G. 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